Ahí estaba yo, siempre perdida en mi mundo, imaginando, mejor dicho.
— ¿Qué piensas? — una voz dulce me hace regresar al mundo real.
— Me perdía en mis pensamientos, trataba de resolver el laberinto que hay en mi cabeza — dije con una sonrisa de lado. Sabía que cuando sonreía así, le gustaba.
— Llegará el día en el que con una sonrisa más grande, me dirás que lo resolviste. — respondió sonriente.
— Espero... O por lo menos bajarlo de nivel, de cierto modo me gusta tenerlo.—
Se levantó y colocándose frente a mí me vio directo a los ojos y suavemente, me besó.
— Creo que si tú entraras en mi mente resolverías el laberinto mucho más rápido que yo.— Dije sonriendo, mientras con mis manos buscaba su cintura. Sólo quería concentrarme en ella en ese momento.
De repente, se oye el despertador, ese molesto ruido que siempre interrumpe mis sueños en la mejor parte. Abrí los ojos y desperté. Con ganas de tenerla a mi lado y consentirla; por así decirlo.
— Caramba — veo la hora. —Es tarde— pensé. Que el despertador se quedase sonando unos 20 minutos más y que no lo haya escuchado, me sorprendió.
Rápidamente me levanté de la cama y fui directo al baño, tropecé con varias cosas antes de llegar ahí. Mi torpeza se estaba luciendo ese día. Llegué al baño; me cepillé, bañé y arreglé lo más velozmente que pude. Detestaba que se me hiciese tarde para llegar a cualquier sitio y más cuando se trataba de ir a verla.
Escucho el teléfono sonar, voy a atenderlo.
— ¡¿Dónde estás?! — decía su voz con un tono de molestia, aún así sonaba adorable.
— Ya voy saliendo, se me hizo tarde. Lo siento. —
— ¡Apúrate! —dijo. Y sin dejarme decir nada más, colgó.
Hice caso y me apuré. Busqué mis llaves y salí de mi hogar. Agradecí a la fuerza superior de que no hubiese cola en la ruta a su casa. Después de unos 10 minutos de camino, llegué.
Saqué las llaves de mi chaqueta y abrí la puerta de su casa. Entré y empecé a merodear, me preguntaba dónde estaría.
— Te tardaste. — era ella.
Volteé para verla, seguía en pijama. Se veía encantadora.
—Lo siento, se me hizo tarde y además tuve ese sueño otra vez y... —
— ¡Basta! — interrumpe mis palabras. — Detesto cuando me pides disculpas, no lo hagas, ya te lo he dicho. — continuó. Empezaba a molestarse.
Sentía cierta intensidad en sus palabras, pude detenerla de mil formas, no lo hice. Fue mi mejor decisión en ese momento. Sabía que quería expresarse, pues estaba enojada por mi tardanza. Caminé lentamente hacia ella... Viendo como hablaba, como se desahoga y como indirectamente a través de esas mismas palabras podía ver esas ganas de decirme "Bésame y abrázame. ¡Protégeme!"
Cuando ya estaba frente a ella, seguía hablando de todo lo que le molesta cuando hago esas cosas que no le gustan. Entonces, sin pensarlo dos veces, la besé.
— ¿Eso te molesta? Porque por tu sonrisa, creo que quieres más besos. —
— Eres tonta... ¡Ven! — dijo con una voz de niña queriendo ser consentida. Me encantaba.
Subimos las escaleras tomadas de la mano, hablando de cualquier cosa, dándonos pequeños besos. Notaba en su sonrisa que se sentía feliz, al fin podíamos estar sólo nosotras. Llegamos a su cuarto y lo primero que hice fue sostenerla fuertemente y besarla. Seguido de algunas caricias, me moría por esos besos llenos de ganas y pasión.
Caímos en la cama, donde abrí los ojos sólo para admirar su cuerpo, su rostro... Esos ojos marrones que tanto me cautivan. Siempre estaré amando la particularidad que tienen esos ojos al verme, es como si su corazón los utilizara para hablar conmigo.
Un fuerte chirrido interrumpe nuestro momento. — Es el viento moviendo la puerta. — dijo. Me separé de ella y me levanté a cerrar la puerta, iba pensando en lo increíble que es que existan tantas cosas para interrumpir un momento lindo o un sueño maravilloso. Después de cerrarla con seguro, me volteo y para mi sorpresa, la encuentro a ella totalmente sin ropa. — Hiciste trampa — dije acercándome lentamente a donde estaba — Se supone que yo debía quitarte la ropa — continúe. — ¿Y qué viene después de eso? — respondió mientras agarraba mi camisa fuertemente. Me quité la chaqueta que traía puesta, estaba tan concentrada en ella que no me fijé donde la lancé. Me haló fuertemente e hizo que cayese sobre ella. Empieza a desvestirme. Podía notar en su mirada, sus ojos, sus movimientos; todas las ganas que se había aguantado, realmente extrañábamos estar tan cerca de la otra. Sintiendo nuestros cuerpos como uno solo. Hacer el amor, era todo lo que pasaba en nuestras mentes en ese momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario